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La cabeza olmeca y su descubrimiento

Te narramos el descubrimiento de las colosales cabezas olmecas por parte de Matthew W. Stirling en la costa del Golfo de México, entre 1938 y 1946.

EN BUSCA DE LA CABEZA OLMECA

Desde su encuentro con la ilustración de una estupenda máscara de jade –la que se decía representaba un “bebé llorando”– Matthew W. Stirling vivía soñando con ver la gigantesca cabeza, tallada en el mismo estilo de la máscara, que José María Melgar descubrió en 1862.

Ahora estaba a punto de realizar su sueño. Un día antes había llegado al encantador pueblo de Tlacotalpan, donde el río San Juan se encuentra con el Papaloapan, en la costa sur de Veracruz, y había podido contratar un guía, alquilar caballos y comprar provisiones. Así, como un Don Quijote moderno, estaba listo para partir hacia Santiago Tuxtla, en busca de la aventura más importante de su vida. Era el último día de enero de 1938.

Combatiendo la somnolencia inducida por el creciente calor y el trote rítmico de su caballo, Stirling pensaba en el hecho de que la cabeza de Melgar no correspondía a ninguno de los estilos representativos del mundo precolombinos, y por otra parte, no estaba muy convencido de que la cabeza y el hacha votiva, también de Veracruz, publicadas por Alfredo Chavero, representaran individuos de raza negra. Su amigo Marshall Saville, del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, lo convenció de que hachas como la de Chavero representaban al dios azteca Tezcatlipoca en su forma de jaguar, pero no creía que hubieran sido talladas por los aztecas, sino por un grupo costero conocido como olmecas, es decir, “los pobladores de la tierra del hule”. Para él, el descubrimiento del Tigre de Necaxa por parte de George Vaillant en 1932, confirmaba la interpretación de Saville.

Al día siguiente, frente a la colosal cabeza olmeca de Hueyapan, Stirling se olvidó de los efectos de diez horas de viaje a caballo, de no estar acostumbrado a dormir en hamacas, de los ruidos de la selva: aunque semienterrada, la cabeza olmeca era mucho más impresionante que en fotos y dibujos, y no pudo ocultar su sorpresa al ver que la escultura se encontraba en medio de un sitio arqueológico con montículos de tierra, uno de ellos de casi 150 metros de largo. De regreso a Washington, las fotos que obtuvo de la cabeza olmeca y de algunos monumentos y montículos resultaron muy útiles para conseguir apoyo financiero para la excavación de Tres Zapotes, que Stirling empezó en enero del año siguiente. Fue durante la segunda temporada en Tres Zapotes que Stirling pudo visitar la colcabeza colosal descubierta por Frans Blom y Oliver Lafarge en 1926. Stirling, junto con su esposa, y el arqueólogo Philip Druker y el fotógrafo Richard Steward, siguió rumbo al este en su camioneta por un camino que sólo se podía recorrer en la época de secas. Después de cruzar tres puentes aterradores llegaron a Tonalá, de donde siguieron en una embarcación hasta la boca del río Blasillo, y de allí, a pie hacia La Venta. Atravesando la zona pantanosa entre el sitio y la boca del río encontraron un equipo de geólogos que buscaban petróleo, quienes los condujeron a La Venta.

Al día siguiente recibieron el premio por la dificultad del camino: enormes piedras esculpidas sobresalían de la tierra, y entre ellas se encontraba la cabeza descubierta por Blom y Lafarge quince años atrás. La emoción exaltó los ánimos y de inmediato hicieron planes para una excavación. Antes de que se iniciara la temporada lluviosa de 1940 la expedición de Stirling a La Venta localizó y excavó varios monumentos, entre ellos cuatro colosales cabezas olmecas, todas parecidas a la de Melgar, excepto en el estilo del casco y en el tipo de orejeras. Localizadas en un área donde la piedra no se encuentra naturalmente, estas cabezas olmecas eran impresionantes por su tamaño –la más grande de 2.41 metros y la más pequeña de 1.47 metros– y por su extraordinario realismo. Stirling concluyó que eran retratos de gobernantes olmecas y a medida que desenterraba estos monumentos de varias toneladas de peso, se le hacía más apremiante la cuestión de su origen y traslado.

Debido al ingreso de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial los Stirling no pudieron regresar a La Venta sino hasta 1942, y una vez más la fortuna los favoreció, pues en abril de ese año sorprendentes descubrimientos ocurrieron en La Venta: un sarcófago con un jaguar tallado y una tumba con columnas de basalto, ambos con magníficas ofrendas de jade. Dos días después de estos importantes hallazgos, Stirling partió a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, para asistir a una mesa redonda de antropología sobre mayas y olmecas que en gran medida tenía relación con sus descubrimientos.

Nuevamente acompañado de su esposa y de Philip Drucker, la primavera de 1946 encontró a Stirling dirigiendo una excavación alrededor de los pueblos de San Lorenzo, Tenochtitlán y Potrero Nuevo, a las orillas del río Chiquito, afluente del soberbio Coatzacoalcos. Ahí descubrió quince grandes esculturas de basalto, todas en el más puro estilo olmeca, entre ellas cinco de las más grandes y hermosas cabezas olmecas. La más impresionante de todas, la conocida como “El Rey”, midió 2.85 metros de altura. Con estos hallazgos Stirling concluyó ocho años de intenso trabajo sobre arqueología olmeca. Lo que empezó con la emoción de un joven por una misteriosa mascarita tallada en un estilo desconocido, terminó en el descubrimiento de una civilización totalmente distinta que, de acuerdo con el doctor Alfonso Caso, era “la cultura madre” de todas las posteriores de Mesoamérica.

Fuente: México Desconocido

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