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Crónica colombiana: en los pasillos de la terminal de buses en la ciudad de Medellín

¿Necesita que le ayude con las maletas mi señora?

Fabián, con su uniforme, camisa azul cielo, jeans desgastados y zapatos negros, baja las cuatro maletas del taxi, coge la negra, la más grande, y la monta en su hombro izquierdo, luego la verde y la pone encima de la negra; su cuerpo se inclina como si fuera a hacer una venia, su estatura se reduce casi a la mitad, coge una nevera de icopor con su mano izquierda y el maletín más pequeño en la derecha. Fabián empieza su vía crucis.

La tapa de la nevera se cae, la señora la recoge y se la pone. La tapa de la nevera vuelve y se cae, la señora de nuevo la recoge y la pone, pero la tapa se vuelve a caer. Fabián para su camino, baja las maletas y saca de su bolsillo un rollo de cinta transparente y envuelve la nevera de icopor. Repite el procedimiento de montar las maletas y sigue a la señora que lo guía hasta el bus que la llevará a Bogotá la capital.

Es un jueves, 10 a.m., pero parece viernes en la noche de un 23 de diciembre. La Terminal del Norte está llena de gente, personas que se van, personas que llegan, personas que esperan o despiden y personas que viven.

Una voz que llama la atención

En las escaleras que llevan del tercer nivel, donde llegan los taxis, al segundo nivel, están las cafeterías, almacenes y bancos, ahí escuche la voz de un hombre que cantaba:

“No hay necesidad que me desprecies

Tú ponte en mi lugar a ver que harías

La diferencia entre tú y yo tal vez sería corazón

Que yo en tu lugar si te amaría”

Terminó de cantar, aplaude y dice: “Todos los que quieran traer la monedita, aquí los estoy esperando.

Fabián se pierde entre la multitud, mientras Samuel recibe las moneditas voluntarias que le dan las personas que pasan a su lado y se quedan escuchándolo.

Samuel saca el cassette de su grabadora y lo cambia por otro que tiene en su bolso gris manos libres, le da play, y sigue cantando.

A su lado está Hernán, un señor que ofrece lotería al aire, él sigue el ritmo de la música con sus pies, e intenta seguir con gestos en su boca la letra de la canción que desconoce.

Pasan toda clase de personas. Fabián sube con $2.500 más en su bolsillo para conseguir un nuevo cliente, familias enteras que se van de viaje, una pareja de novios llorando, extranjeros con maletas enormes en sus espaldas, niños pidiendo algo de comer, personas perdidas que no encuentran taxis…

Y Samuel sigue cantando, esta vez un vallenato.

“Esa la que tanto quiero

Esa la que tanto adoro

Esa por la que me muero

Esa la de mis antojos”

Samuel no tiene ningún documento que conste que ese es su nombre, se llama así porque a él le gusta. Su nombre completo según él, es Samuel de Jesús Holguín y nunca lo han molestado en la terminal por no tener documentos a pesar de existir permanentemente policías que los exigen para revisar antecedentes, por medio de un mini computador.

Los amores de Samuel

El vive allá, en la Terminal del Norte, duerme en sus bancas desde que tiene uso de razón, no sabe cuantos años tiene. Sólo sabe que lo que hace diariamente es alegrar a la gente con su grabadora y su voz. Una grabadora que le regaló una nana, así es como les dice a todas las mujeres que lo ayudan a bañarse y a comer, 3 meses atrás desde que la que tenía se murió de vieja y de tanto usarla.

Su nueva novia, como él la llama, es gris con azul y tiene lector de cd’s, pero Samuel prefiere sus cassettes, por eso cada vez que algún amigo le regala un cd le pide ayuda a Fernanda, una mujer que trabaja en un almacén de la terminal para que le pase las canciones a sus cassettes.

Su otra compañía es una silla de ruedas que le regalaron entre todas las transportadoras porque perdía el equilibrio y vivía en el piso, por eso Samuel es usuario preferencial del ascensor que hay para personas con discapacidad en la terminal

Un mal día

Me volví a encontrar con Fabián, esta vez no estaba en la zona de taxis, sino esperando los buses que llegan a Medellín, eran las 7:30 de la noche y el día había estado flojo, en media hora terminaba su turno y no tenía nada de dinero en su bolsillo.

Le llegó el momento de entrar en escena. Del bus que venía de Bogotá se bajó María Camila, una joven de 22 años, se acercó y le pidió ayuda a Fabián. Tenía 3 maletas gemelas talla grande.

María Camila suponía que su novio, Juan Guillermo, la iba a estar esperando. Ella lo llamó y él le dijo: “Estoy en un taco, en 15 minutos estoy allá”. No tenía otra opción que esperarlo, pues no conocía a ninguna otra persona, ni la ciudad, ni la dirección de su novio. Así que en esta ocasión Fabián tampoco pudo entrar en escena. Figuraba esperar.

La mujer había llegado desde Bogotá para un trabajo de ingeniera química en la empresa Familia S.A. Sólo había venido una vez a Medellín hacía dos semanas para la entrevista, y estaba en ese trabajo porque en 6 meses planea casarse con su novio, y habían decidido vivir en Medellín por el excelente trabajo que había conseguido Juan Guillermo.

Habían pasado 15 minutos y su prometido no aparecía. María Camila lo volvió a llamar y le preguntó: “¿Dónde estás?” Camila guardó el celular sin decir una palabra; en 15 segundos Juan Guillermo la estaba abrazando. María Camila olvidó que conversaba conmigo y su novio la ayudó con las maletas…

Bajé las escaleras para ver si veía a Samuel, y ahí estaba cantando su última tanda de la noche, frente a un televisor y un público que le sonreía. Me saludó con efusividad como si fuéramos amigos de toda la vida. Buscó en su bolso un nuevo cassette y me dijo que iba a cantar la última canción en mi honor, la canción que le había dicho a él que me acordaba de mi mamá.

“Esa la que tanto quiero

Esa la que tanto adoro

Esa por la que me muero

Esa la de mis antojos”

Terminó de cantar, agarró mi brazo derecho y empezó a jalarme los vellitos, que según él, son cuerdas. Fuimos caminando hasta una cafetería y él compró su comida, un paquete de galletas waffer con un yogurt. Me despedí y me recordó algo que me había dicho:

“No se le olvide venir por mí para que me lleve a caminar por el centro”.

Periodista: Andreina Restrepo Carrascal.

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